Acabamos de estrenar año y en Close nos preguntamos ¿cómo vemos el futuro? ¿tenemos confianza en él? La confianza es ese concepto abstracto en el que depositamos la esperanza de que algo sucederá, o alguien actuará, de una forma satisfactoria. Ante el miedo que nos crea lo incierto, la confianza es un bálsamo. Desconfiar es una sensación horrible. Como temer continuamente que nos claven algo por la espalda o que el suelo se hunda bajo nuestros pies.
Confiar en los demás es una de las asignaturas más difíciles de la vida. Lo maravilloso es poder confiar en un amigo, en un compañero de trabajo o un socio, en la pareja o en un familiar, en un maestro, en un doctor… En una relación, la confianza lo es todo: cuesta mucho ganarla y se pierde en un segundo. Pero tal vez es más difícil aún confiar en uno mismo. Es algo que tiene que ver con la autoestima y la autoaceptación, con el autoconocimiento: conocer nuestros límites y nuestras posibilidades es básico para sentirse bien en la propia piel y confiar en nuestra capacidad para ser lo que deseamos ser.
Se habla de confianza ciega, como de amor ciego, porque no podemos basarnos en hechos objetivos que la prueben, pero, con sinceridad, ese optimismo es preferible a no fiarse, a recelar. Si se tiene confianza no se tienen celos (o se tienen los justos, porque nadie es perfecto).
Confiar es como sentirse a salvo de las tormentas del mundo. Dejarse caer hacia atrás con los ojos cerrados, esperando que alguien nos sostendrá es uno de esos ejercicios de las dinámicas de grupo que más risas y más nervios produce entre los participantes. Siempre hay algo, un instinto de supervivencia, que hace que hasta el último momento no creamos del todo en la fuerza, la bondad o la predisposición del otro. Pero qué fantástico es ese ejercicio cuando funciona, te lanzas y varias manos se unen para impedir que toques el suelo.
En Close, confiar en nosotros mismos, en los demás y conseguir que ellos confíen en nosotros nos parece un propósito inmejorable para el año que empieza.