Ya está aquí. No hay nada que hacer… Inexorablemente, hemos entrado en un nuevo año, otro más. Llega sin prisa, medio escondido entre las vacaciones, la familia, las fiestas, los amigos, los dulces y los regalos (una sonrisa sincera puede ser el mejor de los obsequios…).
Y con él, los rituales, perfectos para poder ordenar nuestros deseos, plantearnos retos y poner coto a nuestro miedo a lo desconocido. A todo aquello que vendrá poco a poco a lo largo del año. Inexorablemente.
Son días de cierre, de mirada interior, de reflexión, sin duda alguna me gustan. Sin embargo, prefiero el inicio, la sonrisa interior, la energía, la voluntad de afrontar lo que me ilusiona, las ganas de ponerme el vestido blanco, listo para escribir mi 2019 en cada uno de sus pliegues. Como si se tratara de gastar todos los lápices de colores y no dejar ni un trocito al llegar a 31 de diciembre.
Los amarillos, oros, naranjas, rojos (amanecer, mediodía, atardecer, viento…). Los azules, malvas, violetas, morados (cielo, mar, noche, flores…). Los verdes claros, medios, oscuros, (manzana, musgo, hoja, mar…). Los arena, tierras, ocres, marrones (desierto, playa, bosque…). Puros o mezclados. Apasionados, aventureros, relajados, solitarios, amigables. Para disfrutar en soledad. Para compartir en amistad. Para sonreír por fuera … y por dentro.