El mar es todo. Cubre siete décimas del globo terrestre. Su aliento es puro y saludable. Es un inmenso desierto, donde el hombre nunca está solo, porque siente vida por todos los lados.
(Jules Verne)
En el mundo marítimo son conocidos los instrumentos que permiten la comunicación entre navegantes: desde los más elementales a los más sofisticados. Las banderas son uno de los sistemas más usados junto a las señales lumínicas siendo los maravillosos y emblemáticos faros las edificaciones más conocidas para, hasta que no se inventaron los radares, llevar a buen puerto a las embarcaciones. En los tiempos en los que la electricidad y la tecnología estaban en pañales, se utilizaban como código los destellos de los humildes faroles y los espejos.
En España, país casi enteramente rodeado de mar, tenemos una gran cultura marinera e incluso islas como la Gomera en las Canarias cuentan con sistemas como torres de vigilancia, palomas mensajeras, silbidos, tambores y cornetas. Uno de los más destacados es el idioma singular de las caracolas marinas.
Eran un elemento propio del entorno rural que daba aviso de situaciones excepcionales como defunciones y bodas o ciertos peligros como incendios y, sobre todo, de riadas cuando, por culpa de las tormentas, se desbordaban los cauces naturales por los que el agua regresaba al océano.
En plena mar, los barcos de pesca utilizaban las caracolas en la niebla para indicar su situación y evitar accidentes con otras embarcaciones o evitar perderse. Todos los barcos llevaban varias caracolas que se hacían sonar en los días de calma cuando la espesa niebla del mar lo cubría todo. Hay que pensar que, antiguamente, los barcos eran de vela latina y si se paraba el viento y se perdía la visibilidad podían chocar y hundirse. Así que, al primer mensaje sonoro de la caracola, tocaba sondear y echar el ancla hasta que la niebla se disipaba.
En close, naturalmente, también pensamos en la comunicación con los habitantes genuinos del mar, animales de probada inteligencia como los delfines o los pulpos o cientos de especies acuáticas con las que sería un placer podernos comunicar más intensamente para conocer su sabios secretos. ¿No os parecería una maravilla?