Septiembre nos pone nostálgicos y recordamos con cariño las épocas en las que nos
pasábamos una vez al mes por el quiosco para recoger el fascículo de la colección a la que
estábamos suscritos. ¿Quién no completó de este modo su Enciclopedia Universal, su Historia
Ilustrada del Cine o su Álbum de monedas y sellos del Mundo? También podíamos (y podemos,
de momento) suscribirnos para recibir la prensa en casa o algún catálogo de venta por correo.
Pero con la llegada de las nuevas plataformas digitales el concepto de suscripción ha cambiado
mucho: ahora es un “must” y llega a límites de auténtica locura. Como hace poco
posteábamos, casi es imposible encontrar a alguien que no lo esté a una, diez, veinte o más
plataformas de cine, series, videos o programa, además de hacerlo a un canal de noticias o a
diarios online.
Pero la fiebre va más allá. Las empresas añaden a sus webs y a sus redes sociales la posibilidad
de que el navegante se sumerja en las novedades de la marca o servicio. A veces casi un
segundo después de entrar en una web, antes de haber podido echar un vistazo o encontrar lo
que habíamos ido a buscar, nos salta una ventana con un formulario para suscribirnos. Y lo
hacemos casi inconscientemente, sin casi detenernos a pensar. Escribimos nuestro mail y le
damos al botón enviar. Todo en un click. (Eso sin hablar de los canales de los influencers, un
tema para hablar en otra ocasión).
Con la pandemia, esas suscripciones se han convertido en un floreciente nuevo modelo de
negocio. Las empresas ya no solo nos suministran información. Ahora, por el pago recurrente
de una “pequeña” cantidad, tenemos acceso a productos y servicios que nos van llegando
periódicamente y que ¡¡¡aquí está la mayor paradoja!!! a veces no tenemos ni tiempo ni
necesidad real de consumir. Como pagar un gimnasio al que no vas, igual. Mientras, cientos de
empresas consiguen nuestro dinero, nuestros datos y preferencias, canales de compra y, en
general, todos nuestros hábitos. Esta forma de consumo es cómoda y abre muchas
posibilidades de acceso, conecta a un montón de consumidores potenciales con sus
proveedores sin que la distancia sea un problema; no obstante, y como siempre, es necesario
que recapacitemos sobre un buen uso de estas facilidades tecnológicas.
Esta reflexión solo trata de conseguir un momento de pausa y que nuestras suscripciones sean,
a lo mejor, fruto de una decisión meditada, útil, satisfactoria al fin y al cabo para disfrutar un
poco más de la vida y no una acción inconsciente o compulsiva sin sentido. En Close no os
pedimos que os suscribáis a nuestro blog (hasta la fecha no es posible, además) sino que nos
leáis si os apetece, inspira o entretiene. Y por encima de todo que no se nos olvide nunca
suscribirnos a la vida.